Una reflexión sobre la construcción de la identidad en nuestros hijos

En la sociedad de consumo que desgraciadamente vivimos hoy en día, prima más el “tener” que el “ser”. Debido a esto, la autoestima, o la valoración propia que hacemos de nosotros mismos, ha quedado relegada a un segundo plano, de modo que la estimación que hacemos propia depende más de lo que tenemos que de lo que somos.

Bajo este prisma tan poco edificante, es entendible que la autoestima se ha devaluado o malinterpretado, y que si los adultos no tenemos bien formulado el término de autoestima, sus implicaciones, y su sano desarrollo; no estamos en condiciones de inculcar y educar en una autoestima positiva a nuestros hijos. No tanto porque no queramos, sino porque sencillamente no sabemos.

Cuando nos hace sentir mejor la reforma de nuestra casa, que un gesto altruista, estamos condenados.

Y es que la autoestima es esa pequeña llama que hace brillar la mirada cuando estamos orgullosos de nosotros mismos.

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Tratar a nuestro hijo con respeto y consideración, quiere decir, de entrada, un respeto hacia nosotros mismos.

Los padres podemos ayudar al desarrollo de la autoestima de nuestros hijos, siempre y cuando trabajemos en la construcción de la nuestra.

Una autoestima sana es el mejor legado que puedes dejarle a tus hijos; la conciencia de su valor personal constituye un tesoro del que el niño siempre podrá servirse para afrontar las inevitables dificultades que le vayan surgiendo en la vida.

Periodos clave en el desarrollo de la autoestima de nuestros hijos

Naturalmente, todos deseamos que nuestro hijo esté contento consigo mismo, que se sienta satisfecho y que se realice en la vida.

La formación de una identidad sólida se inicia en el nacimiento, y continúa a lo largo del desarrollo vital del niño. Éste aprende a conocerse bajo nuestra mirada.

Cuando son bebés, aprenden a conocer su cuerpo gracias a las caricias, los besos, y el calor de la relación con sus cuidadores.

Hacia los 18 meses, se mueven, exploran, y llegan a la etapa del “Yo puedo” a los dos años, cuando su lenguaje comienza a ser claro.

Reclama su autonomía, y su autoestima se basará en la capacidad que tengan sus padres y cuidadores de reconocerlo como un ente único, una persona diferente.

Entre los 3 y 4 años, su mundo imaginario se vuelve más amplio. Las imágenes y las palabras se mezclan en su cerebro, dando lugar a los miedos, y las estrategias de seducción y manipulación. Este periodo es crucial en el fortalecimiento de su autoestima. Las palabras y los gestos de aceptación y complicidad de sus padres tienen una influencia inmediata en él.

Entre los 4 y los 6 años, nuevas estructuras mentales llevan a que le niño reflexione, haga juicios, coopere y desee aprender cosas nuevas. La idea que tiene de su apariencia física y de su interior se enriquece con esta nueva imagen intelectual. Por otro lado, las exigencias de los padres, de la escuela, y de la sociedad penetran en la autoestima de los niños.

El siguiente periodo, de los 6 a los 12 años, es capital en el desarrollo de la autoestima. Numerosas investigaciones apuntan a este periodo clave en la prevención de problemas sociales como el aislamiento, delincuencia, drogadicción, alcoholismo y suicidio.

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No existe una fórmula mágica que asegure que un niño tendrá una autoestima sana y positiva a lo largo de su vida. Nuestro papel es ser como el faro en medio de la tormenta, la guía que les indique hacia qué puerto deben dirigirse, pero dejándoles llevar el timón a ellos.

¿Podemos imaginar cómo será el mundo de mañana si nuestros hijos, convertidos ya en adultos, conducen su vida respetándose a ellos mismos y a los demás?

 

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